He conocido
veranos patagónicos,
tardes blancas del solsticio austral,
valles de alameda y manzano
durmiendo la siesta
entre humildes bardas
dibujadas
sobre trasfondo de cielo irreal.
El arrullo de palomas
en el aire caliente,
una manta sonora
ante todas las cosas.
He sentido
la soledad impregnada
de consonancias misteriosas
en los grises espacios de la estepa.
He adivinado
la forma de tímidas criaturas
que se mimetizan en los pastizales,
ocultándose de ojos mortales.
La belleza esteparia perdura,
enigmática,
en el entretejido verde grisáceo
que Dios arrojó sobre sus tierras.
Soberana
la franja alto andina
vigila con penetrante ojo de cóndor
la quietud de sus mesetas.
A veces
cuando sueño la Patagonia,
oigo música de sus lagos y sus ríos;
imagino ojos de agua sacra
llorando por la tierra devastada,
donde huinca hundió sus colmillos
y derramó sangre Mapuche
durante oscuros siglos
negados.
Copyright: Silvia Evelina, Buenos Aires, Argentina, 2009.
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